Hiperión (fragmento)
¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu
belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas,
hay toda la alegría del cielo.
Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de
mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los
inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los
brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la
divinidad.
Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del
hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo
de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegría, ésta es la
sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía
pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a
los trigales ondulantes.
¡Ser uno con todo lo viviente! Con esta consigna, la virtud abandona su airada
armadura y el espíritu del hombre su cetro, y todos los pensamientos
desaparecen ante la imagen del mundo eternamente uno, como las reglas del
artista esforzado ante su Urania, y el férreo destino abdica de su soberanía, y
la muerte desaparece de la alianza de los seres, y lo imposible de la
separación y la juventud eterna dan felicidad y embellecen al mundo.
A menudo alcanzo esa cumbre, Belarmino. Pero un momento de reflexión basta
para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con
todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el
mundo eternamente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me
encuentro ante ella como un extraño, y no la comprendo.
¡Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas! La ciencia, a la que
perseguí a través de las sombras, de la que esperaba, con la insensatez de la
juventud, la confirmación de mis alegrías más puras, es la que me ha estropeado
todo.
En vuestras escuelas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a
diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado
entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la
naturaleza, donde crecía y florecía, y me agosto al sol del mediodía.
¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona,
y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien
el padre echó de casa, contemplando los miserables céntimos con que la
compasión alivió su camino.
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