domingo, 25 de junio de 2017

La noche.






Van Gogh on Dark Water






Un poco de cielo y un poco de lago donde pesca estrellas el glácil bambú, y al fondo del parque, como íntimo halago, la noche que mira como miras tú.


Leopoldo Lugones (1874-1938).



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viernes, 2 de junio de 2017

Sextina Altaforte. Ezra Pound






HABLA: Bertran de Born.

Dante Alighieri puso a este hombre en el infierno
porque siempre estaba buscando pelea.

Eccovi!
Juzgad vosotros:
¿Lo he sacado de la tumba?

La escena ocurre en su castillo, Altaforte. «Papiols» es su juglar.
«El Leopardo» es el emblema de Ricardo Corazón de León.

I
¡Maldición! Todo este sur apesta a paz.
¡Perro hijo de puta, Papiols, ven! ¡Que haya música!
Tan solo vivo cuando chocan las espadas.
Pero ¡ah!, cuando veo enfrentarse a los estandartes de
oro, púrpura y marta cebellina,
y a los anchos campos volverse carmesíes debajo de ellos,
entonces aúllo hasta que mi corazón casi enloquece de regocijo.

II
En el cálido verano tengo gran regocijo
cuando las tempestades matan la paz hedionda de la
tierra
y los relámpagos del cielo negro resplandecen carmesíes,
y los truenos feroces me rugen su tonada
y los vientos chillan entre las nubes enloquecidas,
enfrentados,
y por todos los cielos hendidos chocan las espadas de
Dios.

III
¡Quiera el infierno que pronto oigamos chocar de nuevo
las espadas!
¡Y el relincho frenético de los destreros regodeándose
en la batalla,
enfrentando entre sí sus petos erizados de púas!
¡Más vale una hora de combate que un año de paz
con comidas grasientas, alcahuetas, vino y delicada
música
¡Bah! ¡No hay vino como la sangre carmesí!

IV
Me encanta ver salir el sol carmesí como la sangre.
Y contemplo cómo sus lanzas chocan con la oscuridad
y me llena el corazón de regocijo
y la boca se me llena de música disoluta
cuando así lo veo burlarse y desafiar la paz,
su voluntad solitaria enfrentada a toda la oscuridad.

V
El hombre que teme la guerra y se atrinchera
oponiéndose
a mis palabras en pro de la batalla, ese no tiene sangre
carmesí,
sino que solamente sirve para pudrirse en la paz
mujeril, lejos de donde se gana el honor y las espadas chocan.
Por la muerte de esas furcias yo siento gran alegría;
oh, sí, y el aire lo lleno con mi música.

VI
¡Papiols, Papiols! ¡Que haya música!
No hay otro ruido como espadas contra espadas,
no hay grito como el regocijo de la batalla
cuando nuestros codos y espadas gotean carmesí
y nuestras embestidas chocan con la carga del
«Leopardo».
¡Que Dios maldiga por siempre a los que piden «Paz»!

VII
¡Y que la música de las espadas las vuelva carmesíes!
¡Quiera el infierno que oigamos nuevamente chocar las
espadas!
¡Que el infierno tiña de negro por siempre el mero
pensamiento «Paz»!





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Los ojos de la morena. Antonio de Trueba y de la Quintana (1819-1889).





I
Tus ojos, morena,
me encantan a mí
aun más que las rosas,
aun más que el jazmín,
aun más que las perlas,
aun más que el rubí.
Por eso sin ellos
no puedo vivir,
por eso los míos
se fijan en ti,
por eso a sus rayos
quisiera morir,
por eso me encuentro
contento y feliz
si tú a la ventana
te dignas salir,
si tú una mirada
me das desde allí!
Morena, por eso
te vuelvo a decir
tus ojos, morena,
me encantan a mí!
 
II
Rondando tu calle,
cantando felíz
la sal y la gracia
que Dios puso en ti,
las noches enteras
estoy, serafín;
y rabia tu madre
diciendo que así
en toda la noche
la dejo dormir;
más nada me importan,
sufriendo por ti,
el aire y la lluvia
y el fiero mastín
que suele tu madre
soltar al oír
mis tiernos cantares,
¡oh rosa de abril!
La luz de tus ojos
me lleva tras sí,
pues soy mariposa
y anhelo morir
en ella abrasado,
que es dulce ese fin
y... ya te lo he dicho
mil veces y mil
tus ojos, morena,
me encantan a mí!


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lunes, 29 de mayo de 2017

El estudiante de Salamanca. José de Espronceda (1808-1842).










El estudiante de Salamanca. 

 El estudiante de Salamanca es un poema narrativo de 1.704 versos de José de Espronceda cuya versión completa se publicó en 1840, aunque desde 1837 el autor fue dando a conocer varias partes del mismo. Su argumento es sencillo e incluye el mito de Don Juan Tenorio, la locura de la protagonista, la impresionante ronda espectral, la visión del propio entierro y la mujer transformada en esqueleto, es decir, motivos ya recogidos por otros escritores, y muchas ocasiones adaptados de la tradición popular. El autor introduce varias novedades como son el uso arriesgado de los versos, la mezcla de géneros y un protagonista cínico y rebelde. En su momento el poema trasgredió los cánones estéticos y fue de vanguardia. Reconocéis la imágen y sabéis dónde poder "encontrarla"...

(fragmento)

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.

El ruido
cesó,
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado
a los ojos
se caló.
Se desliza
y atraviesa
junto al muro
de una iglesia
y en la sombra
se perdió.

Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.

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