jueves, 4 de mayo de 2017

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán. Walt Whitman (1819-1892)













”’¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán!”’
I
¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido;
El barco ha enfrentado cada tormento, el premio que buscamos fue ganado;
El puerto está cerca, las campanas oigo, toda la gente regocijada,
Mientras los ojos siguen la firme quilla de la severa y osada nave:
Pero ¡oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!
Oh las sangrantes gotas rojas,
Cuando en la cubierta yace mi Capitán
Caído, frío y muerto.
II
¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas;
Levántate —por ti se ha arriado la bandera— por ti trinan los clarines;
Por ti ramos y coronas con cintas— por ti una multitud en las riberas;
Por ti ellos claman, el oscilante gentío, sus ansiosos rostros a ti se vuelven;
¡Arriba Capitán! ¡Querido padre!
Este brazo bajo tu cabeza;
Es tan sólo un sueño aquél en la cubierta,
Tú has caído frío y muerto.
 III
Mi Capitán no responde, sus labios están pálidos y quietos;
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
El barco se encuentra anclado sano y salvo, su viaje concluido y terminado;
De una horrorosa travesía, el barco vencedor, viene con un objeto conquistado;
¡Regocíjense, oh riberas y repiquen, oh campanas!
Pero yo, con lúgubre andar
Camino la cubierta donde yace mi Capitán,
Caído, frío y muerto.





Walt Whitman fue un poeta americano, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Su trabajo se inscribe en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico, incorporando ambos movimientos a su obra. Whitman está entre los más influyentes escritores del canon estadounidense y ha sido llamado el padre del verso libre. Su trabajo fue muy controvertido en su tiempo, en particular por su libro Hojas de Hierba, descrito como obsceno por su abierta sexualidad.


¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! es un poema  escrito en homenaje a Abraham Lincoln, presidente de EE.UU., después de su asesinato en 1865. Se publicó por primera vez el mismo año en un apéndice adjunto a la última versión de Hojas de Hierba, su obra maestra.




prismagotico.blogspot.com




Nunca te ates. Mensaje hallado dentro de una botella.









Rozanna Jenner






La imposición ata; el entendimiento fusiona. Atar es la presión de la fuerza; entenderse es la caricia de la convicción. Atar es adherir dos unidades usando una fuerza externa para que permanezcan juntas. Una fuerza que a veces se llama poder, a veces conveniencia o necesidad, brutalidad o temor obsceno.
Atar siempre es un ejercicio perecedero, porque por potentes y enrevesados que sean los nudos, cuando con voluntad irrompible el adherido desea deshacerlos, tarde o temprano los acaba desligando. Atan los faltos de plumas en el alma y sobrados de arena en el cerebro. Todas las ataduras acaban podridas. Como las cuerdas.
Entenderse es acoplarse hasta encajar, es sostenerse mutuamente hasta fusionarse. Entenderse es renunciar a la rigidez propia y estar dispuesto a oír, discernir y valorar la opinión ajena. Es tratar de igual a quien le dices que es tu otro igual. No le mientes porque vas sobrado de la energía que da el saber escuchar para entender. Porque tu triunfo no es dominar para sostener, es el encajar para sostenerse. Como los arcos de medio punto, esas construcciones hechas con piedras que se unen a la perfección y lo aguantan todo por los años de los años, sin otro ensamblaje que su perfecto encaje de las unas con las otras.Su fuerza para sostenerse empieza y acaba en ellas mismas, en su magistral acoplamiento. No es fuerza atada, es entendimiento fusionado.

Ángela Becerra.


 prismagotico.blogspot.com

sábado, 15 de abril de 2017

Oscar Wilde.Fragmentos.




  prismagotico.blogspot.com



Caravaggio



“Ni en Esquilo ni en Dante, maestros severos de la ternura, ni en Shakespeare, el más puramente humano de todos los grandes artistas, ni en la totalidad del mito y la leyenda celtas, donde la galanura del mundo se muestra a través de una bruma de lágrimas y la vida de un hombre no es más que la vida de una flor, hay nada que en pura simplicidad de patetismo fundida y unida con sublimidad de efecto trágico pueda ni equipararse ni acercarse siquiera al último acto de la Pasión de Cristo. 

La parva cena con sus compañeros, de los cuales uno ya le había vendido a un precio; la angustia en el silencioso olivar bajo la luna; el falso amigo que se acerca para entregarle con un beso; el amigo que todavía creía en él, y en quien como sobre una roca había esperado edificar su Casa de Refugio para el Hombre, que le niega cuando el gallo grita al amanecer; su soledad absoluta, su sumisión, su aceptación de todo; y al lado de todo eso, escenas como el sumo sacerdote de la Ortodoxia que se rasga iracundo las vestiduras, y el Magistrado de la Justicia Civil que pide agua con la vana esperanza de limpiarse de esa mancha de sangre inocente que hace de él la figura escarlata de la Historia; la ceremonia de coronación del Dolor, una de las cosas más prodigiosas que haya en toda la crónica de los tiempos; la crucifixión del Inocente ante los ojos de su madre y del discípulo al que amaba; los soldados que se juegan sus ropas a los dados; la terrible muerte con que dio al mundo su símbolo más eterno; y su entierro final en el sepulcro del hombre rico, con el cuerpo envuelto en lino egipcio y especias y perfumes caros como si hubiera sido el hijo de un Rey: cuando se contempla todo eso desde el punto de vista del Arte solamente, no se puede por menos de agradecer que el oficio supremo de la Iglesia sea la representación de la tragedia sin el derramamiento de sangre, la presentación mística mediante diálogo y vestidura y gesto incluso de la Pasión de su Señor, y es siempre una fuente de placer y profundo respeto para mí recordar que la última supervivencia del Coro griego, por lo demás perdido para el arte, se encuentra en el acólito que responde al sacerdote en la Misa.

Y sin embargo la vida de Cristo -tan enteramente pueden dolor y belleza ser una sola cosa en su significado y manifestación- es realmente un idilio, aunque acabe con el velo del templo desgarrado, y las tinieblas cubriendo la faz de la tierra, y la piedra rodada a la puerta del sepulcro. Uno siempre piensa en él como un joven novio con sus compañeros, como de hecho él mismo se describe en una ocasión, o un pastor que se pierde por el valle con sus ovejas en busca de prado verde o arroyo fresco, o un cantor que con música intenta alzar los muros de la ciudad de Dios, o un amante para cuyo amor el mundo entero era pequeño. Sus milagros me parecen tan exquisitos como la llegada de la primavera, e igual de naturales. No encuentro dificultad alguna en creer que fuera tal el encanto de su personalidad que su mera presencia pudiera poner paz en las almas angustiadas, y que los que tocaban su vestido o sus manos se olvidaran de sus dolores; o que, a su paso por el camino de la vida, gente que no había visto nada de los misterios de la vida los viera claramente, y otros que habían sido sordos a toda voz que no fuera la del Placer oyeran por vez primera la voz del Amor y la encontraran tan «musical como el laúd de Apolo»; o que las malas pasiones huyeran ante él, y hombres cuyas vidas embotadas sin imaginación no habían sido sino un modo de muerte se alzaran como del sepulcro a su llamada; o que, cuando enseñaba en la ladera, la multitud se olvidara de su hambre y su sed y los cuidados de este mundo, y que a los amigos que le escuchaban al sentarse a comer la comida grosera les pareciera delicada, y el agua supiera a buen vino, y la casa entera se llenara de la fragancia y la dulzura del nardo.”

“Para mí una de las cosas de la historia que más hay que lamentar es que al renacimiento propio de Cristo, que había dado la catedral de Chartres, el ciclo de las leyendas artúricas, la vida de San Francisco de Asís, el arte de Giotto y la Divina Comedia de Dante, no se le dejara desarrollarse por sus vías, sino que fuera interrumpido y estropeado por el espantoso Renacimiento clásico que nos dio a Petrarca, y los frescos de Rafael, y la arquitectura paladiana, y la tragedia formal francesa, y la catedral de San Pablo, y la poesía de Pope, y todo lo que está hecho desde fuera y con reglas muertas, y no brota de dentro a impulsos de un espíritu que lo informa. Pero dondequiera que haya un movimiento romántico en el Arte, allí de algún modo, y bajo alguna forma, está Cristo, o el alma de Cristo. Está en Romeo y Julieta, en el Cuento de invierno, en la poesía provenzal, en «El marinero de antaño», en «La Belle Dame sans Merci» y en la «Balada de la caridad» de Chatterton.”



 


De Profundis.

Oscar Wilde.