¡Qué espectáculo tan amargoy tan solemne es la pompa de los funerales!
La Iglesia colgada de negro, porque un
hombre menos padece la vida; las hachas que se encienden para ojos que no ven;
los cánticos que resuenan en torno de aquél cuyo oído se ha cerrado; los salmos
que se hacen salir de sus labios mudos; el agua que se echa sobre la planta
seca como si debiera renacer; y más lejos, en el cementerio, los homenajes que
se dirigen a un viajero que ha partido ya; esos elogios que se le libran como un
pagaré; las descargas de la mosquetería que parecen anunciar a otro mundo la
llegada de un embajador; los lloros que se dejan caer en la fosa, cuántas
esperanzas, cuántos sarcasmos…
¡Borrad esta última palabra; echar de
menos es creer. No se saluda sino a quien se ve. No se dice adiós sino a quien
te oye….!
Este movimiento describe ingeniosamente los efectos del frío, el castañeo de
los dientes y el temblor del cuerpo. De nuevo aparece la tempestad; para
mitigar un poco el frío, los campesinos corren y patalean.
Segundo movimiento: Largo
Con una placentera y larga melodía del violín solista, evoca una tarde de
lluvia disfrutando de esta al abrigo de la casa y al calor del fuego de la
chimenea. La lluvia está evocada por los pizzicatos del violín primero y el
violín segundo.
Tercer movimiento: Allegro
El movimiento en su inicio hace referencia al caminar lentamente sobre el hielo
por miedo a caerse, el hielo comienza a agrietarse y todos ahora corren a
refugiarse dentro de la casa; por las hendiduras de la puerta y de las ventanas
se filtra el fuerte viento; pese a todo, el invierno nos deja grandes alegrías.
Antonio
Lucio Vivaldi (Venecia, 4 de marzo de 1678 - Viena,
28 de julio de 1741), fue un compositor y músico del Barroco tardío. Se trata
de una de las figuras más relevantes de la historia de la música. Su maestría
se refleja en haber cimentado el género del concierto, el más importante de su
época. Vivió los años de transición del siglo XVII al siglo XVIII, es decir, el
final del llamado periodo barroco de la música.
En ese momento el legado histórico de la música europea era trascendental, pues
había emergido de las primitivas formas del Medievo a la ejecución de varias
melodías al mismo tiempo en la polifonía, estilo que diferenciaría a la música
occidental de la del resto del mundo. Este género musical se desarrolló tanto
en el ámbito religioso como en el profano.
En el concierto barroco son marcados los contrastes: en tempo (velocidad), la
exposición temática en forma de eco y la lograda por la oposición de un
instrumento en contra de toda una orquesta.
Este reciente estilo musical tendría que adherirse a uno de los conceptos de la
estética aristotélica que dominaba en la época; la imitación de la naturaleza.
Cuatro de estos conciertos, pertenecientes a Il cimento dell´armonia e
dell´invenzione y reunidos en el Op. 8 (1725) escritos para violín solista,
orquesta de cuerdas y clavecín, son los que se conocen con el nombre de Las
cuatro estaciones.
“Ni en Esquilo ni en Dante, maestros severos de la ternura, ni en Shakespeare,
el más puramente humano de todos los grandes artistas, ni en la totalidad del
mito y la leyenda celtas, donde la galanura del mundo se muestra a través de
una bruma de lágrimas y la vida de un hombre no es más que la vida de una flor,
hay nada que en pura simplicidad de patetismo fundida y unida con sublimidad de
efecto trágico pueda ni equipararse ni acercarse siquiera al último acto de la
Pasión de Cristo.
Puerta principal de la Catedral Nueva de Salamanca
con escenas del Nacimiento y Adoración de los Reyes
La Navidad,
que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser
rescatada en el siglo XXI de la frivolidad. La Navidad, como tantas otras
creaciones cristianas y católicas, es una boda. Es la boda del más indómito
espíritu de gozo humano con el más elevado espíritu de humildad y sentido
místico. Y el paralelo de una boda es bien válido en más de una manera; porque
este nuevo peligro que amenaza la Navidad es el mismo que hace tiempo ha
vulgarizado y viciado las bodas.
Es lógico
que haya pompa y gozo popular en una boda; de ninguna manera estoy de acuerdo
con los que querrían que fuera algo privado y personal, como la declaración de
amor o el compromiso de matrimonio. Si una persona no está orgullosa de
casarse, ¿de qué podrá enorgullecerse?, ¿y por qué se empeña entonces en
casarse? Pero en casos normales todo este jolgorio que se organiza está
subordinado al matrimonio porque existe “en honor” del matrimonio. Fueron a ese
lugar a casarse, no a alegrarse; y se alegran porque se han casado. Sin
embargo, en tantas bodas de famosos se pierden de vista por completo este serio
objetivo y no queda nada más que la frivolidad. Porque la frivolidad es el
intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse. El resultado es que al
final hasta la frivolidad como frivolidad empieza a desvanecerse. Quienes
empezaron a juntarse sólo por diversión acaban haciéndolo sólo porque está de
moda; y no queda ni siquiera la más débil sugestión de regocijo, sino tan sólo
de ruido y alboroto.
De manera parecida, la gente está perdiendo la capacidad de disfrutar la
Navidad porque la ha identificado con el regocijo. Una vez que han perdido de
vista la antigua sugestión de que es por alguna cosa que ocurre, caen
naturalmente en pausas en las que se preguntan con asombro si es que ocurre
algo de verdad. Que se nos diga que nos alegremos el día de Navidad es
razonable e inteligente, pero sólo si se entiende lo que el mismo nombre de la
fiesta significa. Que se nos diga que nos alegremos el 25 de diciembre es como
si alguien nos dice que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la
mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe
una razón seria para ser frívolo. Un hombre podría organizar una fiesta si
hubiera heredado una fortuna; incluso podría hacer bromas sobre la fortuna.
Pero no haría nada de eso si la fortuna fuera una broma. No sería tan
bullicioso, le hubiera dejado puñados de billetes bancarios falsos o un
talonario de cheques sin fondos. Por divertida que fuera la acción del
testador, no sería durante mucho tiempo ocasión de festividades sociales y
celebraciones de todo tipo. No se puede empezar ni siquiera una francachela por
una herencia que es sólo ficticia. No se puede empezar una francachela para
celebrar un milagro del que se sabe que no es más que un engaño de milagro. Al
desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo el humano, se está
pidiendo demasiado a la naturaleza humana. Se está pidiendo a los ciudadanos
que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar.
Hoy nuestra tarea consiste en rescatar la festividad de la frivolidad. Es la
única manera de que vuelva a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta
de Navidad: algunas veces festejan con exceso en lo que se refiere a comer una tarta
o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el
pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al
árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne
de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas
de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero aun en los niños esa sensatez se
encuentra de alguna manera en guerra con la sociedad. La vívida magia de esa
noche y de ese día está siendo asesinada por la vulgar veleidad de los otros
trescientos sesenta y cuatro días.
Romanticismo y Tradición
Por Jorge Pérez
(En “La mujer y la familia”. Tomado de Stat Veritas)