Espiritismo, la otra religión de España.
El movimiento espiritista arraigó con fuerza a finales del s. XIX y en España. Los espiritistas españoles fueron los artífices de la cohesión del fenómeno a nivel internacional, y en gran parte, responsables de la diáspora mundial de este sistema de creencias. Mado Martínez.
Fue la otra religión de España, una suerte de refugio para la élite intelectual española, un sistema de creencias de salón que permitía a sus acólitos y estudiosos hacer algo que hasta entonces no les había permitido hacer la religión católica imperante: discutir y pensar, especialmente en una época bañada por las ideas positivistas y el interés por abordar el mundo espiritual desde el punto de vista científico. Tal vez por eso, a pesar del auge que experimentó en nuestro país, el espiritismo de salón no pudo recuperarse tras el zarpazo de la Guerra Civil y el posterior régimen dictatorial franquista, férreo defensor del catolicismo y poco amigo de ideas divergentes.
Los años de esplendor espiritista se sumirían en el más profundo de los ocasos, esperando, eso sí, épocas mejores para resurgir. El espiritismo, doctrina originada en Francia y cuyo mayor exponente fue Allan Kardec establecía que los espíritus –seres fallecidos, desencarnados desprovistos de cuerpo material– habitaban en el mundo espiritual y podían comunicarse con los seres humanos. En cuanto al término espiritismo, fue el propio Allan Kardec quien lo creó, para diferenciarlo de las corrientes que por entonces estaban surgiendo en Estados Unidos y en Europa bajo el nombre de espiritualismo (“spiritualism”).
A pesar de que el espiritismo como doctrina sistematizada, naciera con el bautismo y codificación de Kardec, la corriente ya había empezado a soplar en el siglo XIX a ambos lados del Atlántico con el fenómeno de las mesas parlantes, en primer lugar en Estados Unidos y posteriormente en Inglaterra y de ahí, a Francia, España, etc. Simplificando mucho las cosas y tratando de trazar una línea diacrónica en el tiempo y el espacio, podríamos situar al médium sueco Emmanuel Swedenborg en el s. XVIII como al primer médium moderno que hizo una descripción del proceso de la muerte y el mundo espiritual.
Trazaríamos otro punto en el año 1847, con las hermanas Fox en Hydesville, Nueva York, con quienes daría comienzo el furor del fenómeno de las mesas parlantes. Tan sólo unos años más tarde, en 1854, el espiritualismo tenía más de tres millones de adeptos en América y otros tantos en Europa. Fue en plena diáspora, ya por estos años, cuando Allan Kardec tomó contacto con el espiritualismo y haciendo suyo el estudio espiritista.
Lynn L. Sharp, historiadora del Whitman College de Washington, realizó una importante investigación en la que recogería aspectos relevantes del movimiento espiritualista, la reencarnación y el espiritismo en la Francia decimonónica. Publicó los resultados de su trabajo en un libro titulado Secular spirituality reincarnation and spiritism in nineteenthcentury France (SHARP, 2006). Sharp nos dice que a mediados del siglo XIX el fenómeno de las mesas parlantes se había convertido en un auténtico furor en París y que prácticamente todos los salones tenían una mesa en la que la gente se reunía alrededor para hablar con los espíritus o para saciar su curiosidad y comprobar si el fenómeno era real. El ámbito doméstico, de grupos privados, en los que daba igual ser hombre, mujer, pobre o rico (algo aplicable tanto a los que participaban en una sesión espiritista como para los médiums, de haberlos), fue el útero del que nacería el espiritismo. La filosofía espiritista, como señala Sharp, crecería a partir de las discusiones sobre las enseñanzas de los espíritus. Según ella, la popularidad del fenómeno descansaba en tres pilares fundamentales:
• Conectaba la moralidad y el progreso a lo largo de un camino claro.
• Ofrecía el apoyo de un grupo combinado con consuelo ante la muerte en formas innovadoras.
• Respondía a las viejas cuestiones espirituales en una rigurosa moderna y “científica” forma que no negaba la importancia de lo espiritual.
EL ESPIRITISMO ENTRA EN ESPAÑA
El espiritismo corrió como la pólvora, no sólo en la Francia de mediados del s. XIX, sino lanzando sus esporas a distintos países del mundo y a través del tiempo, hasta la actualidad. En España, concretamente, el movimiento se fue introduciendo a través de las poblaciones costeras de Andalucía y el Levante Español, siendo su primer puerto por excelencia la ciudad de Cádiz. Si bien en sus orígenes se fraguó como un producto de salón al que los principales intelectuales de la época contribuyeron a difundir, y notables científicos estudiaron, pronto se extendió también a las clases obreras, entre las que encontró muchos adeptos, pero fue el movimiento espírita español quien desempeñó un papel protagonista en su cohesión y vertebración a nivel internacional en forma de federación y acogiendo el primer congreso espiritista internacional de la historia mundial.
En 1854 la Iglesia Católica ya empezaba a verle las orejas al lobo espiritista, y advertía en una pastoral impresa en Madrid del peligro que conllevaba acercarse a ciertas prácticas que no podían más que ofender a Dios.
En 1955, emulando la estructura y estilo de las sociedades espiritistas que ya existían en Francia, se funda en España la primera Sociedad Espiritista, que contribuyó notablemente a la propagación del movimiento popularizando la obra de Kardec, celebrando reuniones, divulgando folletos y editando el primer libro de la historia del espiritismo español: Luz y Verdad del Espiritualismo (1857), de Jotino y Ademar, impreso en Cádiz. Sin embargo, muchos de los libros se perdieron al ser incautada la partida y lanzada al fuego por el obispo de Cádiz.
AUTO DE FE DE BARCELONA
El 9 de octubre de 1861 ocurría en España algo que muchos ya habían advertido. Tenía lugar el Auto de Fe de Barcelona mediante el cual la Iglesia Católica ordenó la cremación de 300 volúmenes y folletos sobre el espiritismo. Se quemaron los libros y revistas de Kardec, así como todos aquellos volúmenes y periódicos relacionados con el espiritismo que el Obispo Antonio Palaus y Termens consideró objeto de purga y cremación, aventado por el papa Pío IX, como señala Florentino Barrera en su libro Auto de Fe de Barcelona.
Todo empezó porque Maurice Lachâtre, editor francés, había acabado estableciéndose en Barcelona, ciudad en la que abrió una librería. Lachâtre había pedido a su paisano Kardec que le enviara una partida de libros espíritas a fin de venderlos en España, pero los ejemplares fueron incautados en la frontera por orden del obispo de Barcelona, Antonio Palau Termes, al amparo de la siguiente justificación: “La Iglesia Católica es universal. Estos libros son contrarios a la fe católica, y el gobierno no puede consentir que perviertan la moral y la religión de otros países”.
Es decir, que el obispo tampoco daba opción a reexportar las obras incautadas, sino que las condenó directamente a la hoguera. El Auto de Fe tuvo lugar en la Explanada de Barcelona a las 10.30 de la mañana. Según los datos recogidos en la publicación francesa Revue Spirite, ardieron los siguientes títulos: Revue Espirite, revista dirigida por Allan Kardec; La revista espiritualista, dirigida por Piérard; El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec; El Libro de los Médiums, de Allan Kardec; Pero ¿qué es el espiritismo?, de Allan Kardec; Fragmento de sonata, atribuido al espíritu de Mozart; Carta de un católico sobre el espiritismo, del doctor Grand; La historia de Juana de Arco, atribuido al espíritu de Juana de Arco a través de la médium Ermance Dufaux; La realidad de los espíritus demostrada por la escritura directa, del Barón de Guldenstubbé. La Revue Spirite informaba, así mismo, sobre los asistentes al evento: un cura ataviado con las consabidas ropas sacerdotales, portando una cruz en una mano y una antorcha en la otra; un notario encargado de dar constancia del acto y dirigirlo; el escriba del notario; un funcionario superior de la administración de aduanas; tres trabajadores aduaneros, encargados de mantener el fuego; un agente de aduanas en representación del propietario de las obras condenadas al fuego; y una multitud de gentes que abucheaban al sacerdote y su séquito al grito de “¡Abajo la Inquisición!”. El acto tuvo muchísima repercusión mundial en la prensa de la época, pues eran años en los que tal exhibición pública, con aquel espectáculo de llamas, resultaba anacrónica y recordaba las antiguas hogueras del Santo Oficio, por lo que el evento, lejos de conseguir su objetivo de acabar con la difusión de las ideas espiritistas, lo único que consiguió fue atrapar la atención y curiosidad sobre la población por aquellas obras que habían perecido bajo el abrazo de las llamas. ¿Qué libros eran aquellos? ¿Por qué los habían quemado? ¿Qué era el espiritismo y por qué le tenía tanto miedo la Iglesia Católica que hasta había ordenado quemar sus libros? Eran las preguntas que alentaron la curiosidad de población y en base a las cuales el movimiento ganaría todavía más adeptos.
Kardec, lejos de dejarse llevar por la cólera y de iniciar acciones diplomáticas contra aquel Auto de Fe, se dejó guiar por lo que los espíritus le habían dicho porque, según ellos, este acto serviría para dar todavía más propaganda al espiritismo, y de hecho así fue, especialmente en España, el país donde tuvo lugarla quema de libros. Así lo expresó: “Gracias a ese celo imprudente todo el mundo, en España, ha oído hablar ya del Espiritismo y querrá saber qué es; es todo lo que deseamos. Pueden quemar los libro, pero no quemarán las ideas; las llamas de las hogueras, lejos de apagarlas, las avivan. Las ideas, por lo demás, están en el aire, y no hay Pirineos bastante altos como para detenerlas; y cuando una idea es grande y generosa, encuentra miles de pechos listos para aspirarla”.
Así fue, Barcelona se convirtió aquella noche en una suerte de capital del espiritismo. ¿Por qué? Porque entre los asistentes a la quema se encontraban el notario José María Fernández Colavida y el capitán de barco Ramón Lagier, quienes sintieron la tentación de rescatar de las cenizas aquellas páginas quemadas. Poco después se convertirían en los principales precursores del estudio y culto del movimiento espírita en Barcelona. Colavida se dio a la tarea de traducir afanosamente la obra de Kardec al castellano, mientras que su mujer, Ana Campos, sería la primera médium espiritista catalana conocida. Por su parte, Lagier, se dio a otra tarea no menos importante, la de transportar clandestinamente desde Marsella todos los libros espiritistas que Lâchatre guardaría en la trastienda de su librería. Los libros prohibidos tenían una ventaja indiscutible: todo el mundo quería leerlos.
EL PAPEL PROTAGONISTA DE ESPAÑA
La historia del espiritismo en España tuvo un gran recorrido y protagonismo a la hora de demandar una y otra vez una federación a nivel internacional, empeño en el que no cejaron hasta conseguir su propósito.
Tras aquel Auto de Fe de Barcelona el 9 de noviembre de 1861 en el que se quemaron 300 volúmenes y folletos espíritas en un acto simbólico que no pasaría desapercibido, los ánimos de los espiritistas españoles, lejos de achicarse, se inflamaron todavía con las llamas de la inquisición. Siguieron estudiando la doctrina de Allan Kardec con más ímpetu si cabe, hasta el punto de que tan sólo una década más tarde, la Sociedad Espírita Española tuvo la iniciativa de alentar la colaboración a nivel internacional, y con este motivo se dirigió a los espíritas de Viena y Filadelfia, instándoles a organizar el primer congreso espiritista a nivel internacional con motivo de las exposiciones universales que iban a tener lugar en estas ciudades. La iniciativa fracasó pero sólo temporalmente. Los espíritas españoles no abandonaron el proyecto de organizar un congreso a nivel mundial, aunque ese sueño tardó varios años en hacerse realidad, hasta que en 1888 el Centro Barcelonés de Estudios Psicológicos y la Federación Espiritista del Vallés dan respuesta a la iniciativa de la Sociedad Espiritista Española organizando el I Congreso Espiritista Internacional en Barcelona. Un año después, los espiritistas españoles seguían demandando más vertebración a nivel internacional y en 1889 pidieron públicamente una colaboración internacional más fluida.
En 1892 España volvió a convertirse en la capital del espiritismo en otro histórico congreso internacional. Esta vez tuvo lugar en Madrid. Recién estrenado el nuevo milenio, en el año 1900, los espiritistas españoles realizaron otro intento de vertebrar el espiritismo a nivel internacional. Así, los espíritas catalanes aprovecharon el foro del Congreso Internacional celebrado en París ese mismo año para proponer el cumplimiento de un deseo largamente anhelado por el movimiento espírita español: la creación de una organización internacional que agrupara a todos los espiritistas del mundo. Los esfuerzos de unión seguían resultando inútiles, y a pesar de la necesidad de unión y de la creación de un Bureau International du Spiritisme, la idea nunca llegaba a cuajar.
Durante la celebración del Congreso Internacional de Espiritismo en Londres en el año 1922, los españoles siguieron insistiendo, a través de su portavoz Quintín López Gómez, quien lanzó la propuesta de crear una Federación Espírita Internacional. Por primera vez, parece que la idea tuvo buena acogida y que todos acordaron trabajar en ello. Por fi n, un año más tarde, el proyecto cobró forma, en el congreso especial celebrado en Lieja (Bélgica) en 1923. Tan sólo unos años más tarde, en 1934, España volvía a convertirse en escenario de otro gran congreso histórico mundial, el V Congreso Espiritista Internacional de Barcelona.
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