martes, 6 de septiembre de 2016

La vida está hecha para vivirla.






La vida está hecha para vivirla e indudablemente hay cosas en los elementos que constituyen la personalidad de los otros que pueden de alguna manera alterarnos o interrumpir nuestro ritmo de vida, paz y tranquilidad, es una gran verdad que mientras estemos en contacto con personas que nos inspiren en todo momento o que nos aporten un ambiente proclive a la tranquilidad, vamos a ganar en felicidad calma y control, sin embargo hay personas que debemos evitar puesto que pueden provocarnos todo lo contrario.
Evitar es evitar, no queremos que el título permita ninguna confusión al respecto. Evitar quiere decir mantener al margen, que su influencia o energía no pueda perturbarnos en ningún ámbito de la vida, no quiere decir criticar, ni juzgar, ni atacar estas personas, no estamos hablando de eliminación, no eres quien para juzgar quién debe estar en un lugar, ni tampoco eres una suerte de guerrero que debe limpiar el ambiente de lo que tu juzgas es toxico o dañino, tu única posibilidad para hacer frente a aquello que te incomoda o molesta, es tomar una postura personal al respecto, caso contrario sería necesario añadirte a las personas dignas de evitar, entonces pon atención a lo siguiente.
  • No hagas juicios públicos de los demás.
  • Nunca comentes con jefes lo mal que esa persona es.
  • No establezcas una guerra sin cuartel para acabar con alguien.
  • No hables ni pongas en tela de juicio las actitudes de los demás en grupos.
  • No conspires con tu grupo de amigos contra ninguna persona.
  • Jamás te compares con otros para explicar por qué sus actitudes son inadecuadas.
  • Recuerda siempre cada individuo está viviendo su propia lucha.
Evitar de manera efectiva quiere decir que tienes la capacidad de ignorar las acciones y controlar las emociones que estas personas pueden crear en ti, más aun eres capaz de no escuchar y protegerte de sus ataques sin devolver ninguna acción, evitar en este caso es mantenerse bajo control y este control hará que estés constantemente protegido de los embates y efectos de sus actuaciones, recuerda aprender a convivir es la meta.
Una vez que reconocemos de qué manera debemos evitar, aquí puedes ver una lista de las 5 personas que sería más conveniente evitar y por qué.
5 tipos de personas que debemos evitar.
  1. El que habla de los demás: Siempre hay alguien que viene a ti con una historia acerca de otro, y notas que esta actitud sucede constantemente, cada vez un personaje distinto está en su boca y en su juicio; estas personas se han ganado el puesto número uno en la lista. Piensa que,  si esta persona habla así de todos, lo más probable es que tú seas su tema de conversación con otros. Las personas que hablan de otros hacen esto por habito, nada ni nadie estará a salvo de sus continuas conversaciones.
  2. El nefasto: Este tipo de personalidad solo predice la calamidad, es inevitable para ellos juzgar alguna cosa como positiva, siempre estarán dando señales de su negatividad, incluso en momentos alegres sembrará una duda que pueda angustiarnos o bajar los niveles de felicidad, este tipo de personas no permiten el sano disfrute de la vida.
  3. El conflictivo: Son personas que viven para la confrontación y el conflicto, su personalidad esta marcadamente orientada a crear dificultades entre las personas, y de otras personas con ella, es fácilmente identificable porque siempre encuentra una arista por donde comenzar y está constantemente buscando algo malo en toda situación. Siempre serán maltratados o mal juzgados o mal recompensados. Debes evitarlo para no resultar involucrado en sus conflictos. Son expertos en alterar el humor del más tranquilo.
  4. El competitivo: Usamos este nombre para asignarle uno a las personas que están activadas constantemente para competir sin que exista una competencia, son aquellos que saben todo, dominan todos los campos, son sabios y nunca se equivocan, su posición es rígida frente a las tareas y no admiten ninguna otra posición.
  5. El misericordioso: Este individuo siente lastima por todos, quiere ayudar a todos, está constantemente buscando debilidades en los demás para sentir lástima y querer ayudar, ayuda que presta aparentemente de forma desinteresada. Detrás de este individuo se esconde un gran ego, además que sus formas de actuar incapacitan a los demás para resolver sus problemas por sí mismo, estará rodeado de personas de baja autoestima, y sin deseos de avanzar en la vida.

Estos son solo unos cuantos tipos de personas que deberíamos evitar, pero recuerda, seguramente tu encontrarás algunos tipos más, usa tu intuición para detectar las personas que te incomodan o que no te dejan avanzar y pon en práctica estos consejos, siempre procurarás un ambiente sano y feliz.


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viernes, 2 de septiembre de 2016

Brujas. Mensaje hallado dentro de una botella.



A las brujas no las quemaron por malas, las quemaron por inteligentes, por rebeldes, por libres. Por querer ser parte de la historia. Por adquirir conocimientos que estaban reservados sólo a los hombres. Por practicar abortos. Por no enmarcarse en la “belleza” impuesta por la mirada masculina. 

Por leer libros, por escribirlos, por enseñar. Por soñar con revoluciones en donde todas las mujeres consiguieran lo que ahora no tienen. Las quemaron por sabias, las quemaron porque se resistieron a ser violadas, porque no acataron el chantaje, porque no las pudieron comprar. 


Les quitaron la vida porque ellas posibilitaban que otras mujeres vivieran, por fin, como querían. Por ayudar a otras mujeres a ser libres. Las quemaron por lesbianas, por amenazar al sistema que te convierte en reproductor del sistema. Las exterminaron por amarse entre ellas y por amar a todas.




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El columpio. Jean-Honoré Fragonard.(1732-1806)







El columpio. 1767. Óleo sobre lienzo. Wallace Collection. Londres.



El columpio es un óleo sobre lienzo pintado en 1767 de la mano del gran pintor francés Jean-Honoré Fragonard.  Este cuadro lo considero el más importante de su colección y a la vez es una de las obras más reconocidas del arte del siglo XVIII, además de un buen ejemplo de la elegancia lúdica del estilo rococó francés.
El tema, muy atrevido, fue elegido por el barón de Saint-Julien, que quería un retrato con su joven amante;  el barón es el amante que podemos ver escondido tras lo arbustos. En sus instrucciones pedía que el columpio lo empujase un obispo, chiste privado e inofensivo, ya que Saint.-Julien tenía un cargo importante en la Iglesia. Aun así, la idea escandalizó al primer artista a quien se lo pidió. Fragonard fue más flexible, aunque insistió en sustituir al obispo por la figura más tradicional de un marido cornudo. El columpio era un símbolo tradicional de la inconstancia, pero Fragonard se lo apropió gracias a toda una serie de detalles ingeniosos.
En primer plano, un minúsculo perro faldero, como símbolo de la fidelidad, ladra con fuerza para avisar, pero el marido no se percata de ello. Las estatuas, que casi parecen vivas, participan de la conspiración. Los putti (tradicionales en el séquito de Venus, la diosa del amor) miran a la joven con adoración, mientras que Cupido se lleva un dedo a los labios en señal de complicidad. Un rayo de sol incide directamente en la joven, cuyo vestido lleno de volantes se hace eco de la exuberancia del follaje de los árboles. Mientras tanto, sus dos admiradores están en la sombre, y el brazo extendido del barón tiene un significado fálico a todas luces evidente. 


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sábado, 27 de agosto de 2016

Romance del Conde Olinos. Anónimo.













Este es uno de los romances anónimos más populares aquí en España. Muy simple y muy fácil de acompañar a la guitarra, normalmente es parte de la primera enseñanza auditiva del párvulo en sus prmieros días de aula. 
Se conocen más de 75 versiones, entre peninsulares, americanas, judías y combinadas con versiones de otros romances. El romance del Conde Olinos ha pasado de generación en generación durante siglos siendo exportado a todos los lugares del mundo en donde los españoles han estado presente.
La trágica historia de amor está pensada para el final feliz,  incluso  más allá de la muerte.

Espero que os guste.






Romance del Conde Olinos




Madrugaba el Conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar:
las aves que iban volando
se paraban a escuchar;
caminante que camina
detiene su caminar;
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
.

Desde la torre más alta
la reina le oyó cantar:
-Mira, hija, cómo canta
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
que esa no tiene cantar;
es la voz del conde Olinos,
que por mí penando está.
-Si por tus amores pena
yo le mandaré matar,
que para casar contigo
le falta sangre real

-¡No le mande matar, madre;
no le mande usted matar,
que si mata al conde Olinos
juntos nos han de enterrar!
-¡Que lo maten a lanzadas
y su cuerpo echen al mar!
Él murió a la media noche;
ella, a los gallos cantar.
A ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar,
y a él, como hijo de condes,
unos pasos más atrás.

De ella nace un rosal blanco;
de él, un espinar albar.
Crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza;
de él, un fuerte gavilán.
Juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan para a par.




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lunes, 22 de agosto de 2016

Aire. Emilia Pardo Bazán (1851-1912)








Aire.


—Tenemos otra loca; pero ésa, interesante —díjome el director del manicomio, después de la descorazonadora visita al departamento de mujeres—. Otra loca que forma el más perfecto contraste con las infelices que acabamos de ver, y que se agarran al gabán de los visitantes, con risa cínica... Y figúrese usted que esta loca está enamorada; pero enamorada hasta el delirio. No habla más que de su novio, el cual, por señas, desde que la pobrecilla ha sido recluida aquí, no vino a verla ni una vez sola. Si yo creo que esta muchacha, suprimido el amor, estaría completamente cuerda. Verdad que lo mismo les pasa a muchos mortales. La pasión es quizá una forma transitoria de la alienación mental, desde que nos hemos civilizado.

—No —contesté—. En la Antigüedad precisamente es donde se encuentran los casos característicos de pasión: Fedra, Mirra, Hero y Leandro.

—¡Ah! Es que ya entonces estaba civilizada la especie. Yo me refiero a épocas primitivas.

—Sabe Dios —objeté— lo que pasaba en esas épocas, de las cuales no nos han quedado testimonios ni documentos. Lo indudable es que el sufrir tanto por cuestión de amor es uno de los tristes privilegios de la Humanidad, signo de nobleza y castigo a la vez. ¿Se puede ver a esa muchacha?

—Vamos; pero antes pondré a usted en algunos antecedentes. Ésta es una joven bien educada, hija de un empleado, que se quedó huérfana de padre y madre y tuvo que trabajar para comer. Se llama, deje usted que me acuerde, Cecilia, Cecilia Bohorques. Quiso dar lecciones de piano, pero no era lo que se dice una profesora, y por ese camino no consiguió nada. Pretendió acompañar señoritas, y le contestaron en todas partes que preferían francesas o inglesas, con las cuales se aprende... ¡sabe Dios qué! Entonces, la chica se decidió a coser por las casas, y en esta forma ya encontró medio de vivir: dicen que tiene habilidad y gracia para la cuestión de trapos. Se la disputaban y la traían en palma sus clientes. De su conducta todo el mundo se deshacía en alabanzas. Entonces la salió un novio, el hijo del médico Gandea, muchacho guapo, algo perdido. Amoríos, vehementes, una novela en acción. Según parece, el muchacho quería llevar la novela a su último capítulo, y ella se defendía, defensa que tiene mucho mérito, porque, repito, y los hechos lo han demostrado, que se encontraba absolutamente bajo el imperio de la más férvida ilusión amorosa. Una de las señales que caracterizan el poderío de esta ilusión es el efecto extraordinario, absolutamente fuera de toda relación con su causa, que produce una palabra o una frase del ser querido. Dijérase que es como palabra del Evangelio, que se graba indeleblemente en los senos mentales, y de la cual se deriva, a veces, todo el contenido de una existencia humana ¡Extraño dominio psíquico el que otorga la pasión!

El novio de Cecilia, al final de las escenas en que él solicitaba lo que ella negaba dominando todo el torrente de su voluntad rendida, solía exclamar en tono despreciativo:

—¡Tú no eres nadie; eres más fría que el aire!

Con su asonamiento y todo, la frasecilla acusadora se clavó como bala bien dirigida dentro del espíritu de la muchacha, y allí quedó, engendrando un convencimiento profundo. Ella era, seguramente, aire no más. Lo repetía a todas horas.

—Y ésta fue la primera señal que dio de su trastorno—. Como que no hizo otra cosa de raro, ni menos de inconveniente. Con el mismo aspecto de pudor y de reserva que va usted a verla ahora, siguió presentándose en las casas de las señoras para quienes trabajaba, y de estas señoras ha partido la idea de traerla aquí, a fin de que yo intente su curación. Se interesan por ella muchísimo.

—¿Y usted espera que cure?

—No —respondió el médico en tono decisivo y melancólico—. La experiencia me ha demostrado que estas locuras de agua mansa, sin arrebatos, sonrientes, dulces, apacibles en apariencia, son las que agarran y no se van. No temo a las brutales locuras de la sangre, sino a las poéticas, las refinadas, las delicadas, las finas. Yo les he puesto, allá en mi nomenclatura interna, este nombre: locuras del aire.

—¡Como la de Ofelia! —respondí.

—Como la de Ofelia, justamente. Aquel gran médico alienista que se llamó —o no se llamó— Guillermo Shakespeare, conocía maravillosamente el diagnóstico y el pronóstico...

Después de estas palabras de mal agüero, el médico me guió a la celda de la loca del aire. Estaba muy limpio el cuartito, y Cecilia, sentada en una silleta baja, miraba al través de la reja, con ansia infinita, el espacio azul del cielo y el espacio verde del jardín. Apenas volvió la cabeza al saludarle nosotros. Era la demente una muchacha delgadita y pálida; sus facciones aniñadas, menudas, serían bonitas si las animasen la alegría y la salud; pero es cierto que hay muy pocas locas hermosas, y Cecilia no lo era sino por la expresión realmente divina de sus grandes ojos negros cercados de livor azul y enrojecidos por el llanto cuando respondió a nuestras preguntas:

—¡Va a venir, va a venir a verme de un momento a otro! ¡Me quiere a perder, y yo, vamos, no sé decir lo que le quiero! Lo malo es que, acaso, al tiempo de venir, ya no me encontrará. Porque yo, aquí donde ustedes me ven, no soy nada, no soy nadie. ¡Soy más fría que el aire! Como que soy eso, aire. No tengo cuerpo, señores. ¡Y como no tengo cuerpo, no he podido obedecerle con el cuerpo ¿Se puede obedecer con lo que uno no tiene? ¿Verdad que no? Yo soy aire tan solamente. ¿No me creen? Si no fuese esa reja, verían cómo es verdad que soy aire. Y el día que quiera, a pesar de la reja, se convencerán de que aire soy. ¡Y nada más que aire! Él me lo dijo, y él dice siempre la verdad. ¿Saben ustedes cuándo me lo dijo la primera vez? Una tarde que fuimos de paseo a orillas del río, a las Delicias. ¡Qué bien olía el campo! Él me quería estrechar, y como soy aire, no pudo. ¡Y claro! ¡Se convenció! ¡Soy aire, aire solamente!

Comentó estas declaraciones una carcajada súbita, infantil. Salimos de la celda previo ofrecimiento de avisar al novio, si le encontrábamos, de que su amiga le esperaba con impaciencia. Y fue una semana después, a lo sumo, cuando leí la noticia en los periódicos. Llevaba este epígrafe: Suceso novelesco. ¡Novelesco! Vital, querrían decir: porque la vida es la grande y eterna noveladora.

Aprovechando quizá un descuido de los encargados de su custodia, presa de un vértigo y aferrada a la idea de que era aire, Cecilia trepó hasta la azotea de uno de los pabellones, se puso en pie en el alero y, exhalando un grito de placer (realizaba al fin su dicha), se arrojó al espacio.

Cayó sobre un montón de arena, desde una altura de veinte metros. Quedó inmóvil, amodorrada por la conmoción cerebral. Aún alentó y vivió angustiosamente dos días. El conocimiento no lo recobró.

Su última sensación fue la de beber el aire, de confundirse con él y de absorber en él el filtro de la muerte, que cura el amor.

Aire. Emilia Pardo Bazán (1851-1912)









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