La doncella
virtuosa: la castidad que prolonga la inocencia.
En uno de
los múltiples Bestiarios que se escribieron durante los siglos medievales, el
autor alaba al león, fiero, fuerte y temible, pero a la vez regio y justo, un
animal noble, con un sentido moral tan desarrollado que no le permite atacar a
los inocentes, incluidos los niños 82.
Algunos de los animales inusuales por exóticos o inventados que nutrieron la
fauna fantástica medieval estuvieron dotados de un especial instinto para
detectar la pureza allí donde realmente se hallaba y ninguno fue tan sensible a
la castidad como el unicornio. Los diferentes Bestiarios se hacen eco del poder
que la doncella ejerce sobre este animal pequeño, rápido y astuto, al que los
cazadores no pueden atrapar si no es valiéndose de una treta:
Envían a su
encuentro una pura doncella revestida de una túnica. Y el unicornio salta al
regazo de la doncella,. ella lo amansa y él la sigue 83.
Existen
versiones que facilitan más detalles:
Traen a una
joven doncella, pura y casta, a la que se dirige el animal cuando la ve,
lanzándose sobre ella. Entonces la joven le ofrece sus senos, y el animal
comienza a mamar de los pechos de la doncella, y a conducirse familiarmente con
ella. La muchacha entonces, mientras sigue sentada tranquilamente, alarga la
mano y aferra el cuerno que el animal lleva en la frente; en este momento
llegan los cazadores, atrapan la bestia y la conducen ante el rey 84.
Con el transcurso del tiempo se averigua que basta con que la doncella le
enseñe un pecho 85, porque lo que realmente ejerce una atracción fatídica sobre
el animal es el dulce aroma que desprende la virginidad femenina, que produce
al unicornio tal deleite que le lleva a sumirse en el sueño 86.
Resulta imposible engañar al fantástico animal:
Y si la
doncella no es virgen, el unicornio se cuida de reclinarse en su regazo; al
contrario, mata a la joven corrupta e impura 87.
El tema de
la doncella y el unicornio fascinó durante el siglo XV, baste decir al respecto
que sólo en el museo Cluny de París se conservan seis tapices, tejidos todos en
torno a 1480, que representan a la hermosa pareja.
Como si de unicornios se tratara a los varones cultos bajomedievales, y
especialmente a los eclesiásticos, les sedujo el olor de la virginidad que
desprendía la doncella virtuosa. Una doncella a la que nombro en singular
porque es más el sueño de perfección femenina diseñado por un determinado grupo
de hombres que una mujer de carne y hueso; un ideal que no fue neutro porque
generó un modelo que se trató de imponer durante siglos 88.
La doncella virtuosa, una virgen que suele ser mayor de doce años 89, se
convierte en el patrón de la excelencia para todas las mujeres que no conocen
varón. Su estado es el más perfecto al que se puede aspirar, superior al de la
viuda, que ha mantenido relaciones sexuales aunque después viva en loable
continencia, y muy superior al de la casadas. Pues si bien se admite que la
castidad es una virtud del alma y la integridad corporal resulta secundaria en
su definición, lo cierto es que se establece una jerarquía interna por la cual
la castidad de la virgen tiene doble valor que la de la viuda y triple que la
de la casada 91.
Algunos de los moralistas y predicadores que transmitieron este ideal femenino
fueron conscientes de que no era fácil acceder al mismo desde determinados
grupos sociales 92, ya que las posibilidades de ajustarse al molde perfecto
disminuían en la medida en que la joven estaba inserta en el mundo 93.
Sí, el mundo era el gran enemigo de la doncella, aquel que con sus vanidades y
tentaciones podía dar al traste con su inocencia y castidad y acarrear todo
tipo de desgracias. Dina, la hija de Jacob y de Lía, que por curiosidad salió
de su casa para observar a las mujeres de su nuevo país, que despertó la pasión
del hijo del rey, que la raptó y ofendió a su familia provocando la guerra, se
convierte en un personaje que se extrae del Génesis periódicamente para
recordar a las jóvenes lo que puede sobrevenir si no se mantienen quietas. La
doncella debe estar custodiada, enclaustrada y moverse lo imprescindible, una
tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que encuentra
uno de sus más claros exponentes en San Jerónimo, el cual clama enérgicamente
contra las vírgenes viajeras 94. Si la doncella que se deja ver se convierte en
objeto de deseo aun contra su voluntad, ¿qué puede decirse de las muchachas que
salen de casa exhibiéndose, vestidas suntuosamente y maquilladas? Puede decirse
mucho y nada bueno, porque la verdadera belleza no es hija de arreglos y
afeites, no es el fruto de enmendar la plana a Dios modificando todo lo
modificable, desde el arco de las cejas hasta la estatura, sino el resplandor
de la pureza del alma que se percibe a través del cuerpo 95. Ni siquiera es
necesario salir del todo a la calle para contaminarse y la doncella virtuosa,
consciente del riesgo, evita los huecos como puertas y ventanas por los que se
deja ver su hermosura y penetra la lujuria.
Cuando tiene que pisar el exterior, cuestión insoslayable si se trata de acudir
al templo, la joven virtuosa camina a pasitos regulares y huidizos, con la
mirada baja y la vista fija en el suelo; todo su aspecto debe proclamar su
inaccesibilidad. La modestia de sus gestos contrarresta el peligro de la salida
dificultando los contactos con los varones, porque además de esquiva, la
doncella es taciturna. La joven virginal sabe que las mejores palabras de mujer
son las no dichas, de manera que guarda en su corazón los vocablos y se limita
a hacer las preguntas imprescindibles y a dar breves respuestas cuando es
interrogada 96.
Parca en palabras y gestos, la silenciosa doncella apenas separa los miembros
de su cuerpo y cuando sonríe lo hace de manera que no se ven sus dientes,
porque si una dulce sonrisa es hermosa e inevitable, la risa y más la carcajada
resultan inadmisibles, incompatibles con su castidad y su prudencia 97. Pues
todo lo que se desparrama sin orden ni concierto, desde el cabello 98 hasta la
risa, puede ser interpretado como disponibilidad sexual 99.
El blando pecho de la joven modélica, pronto a transirse de dolor ante la
desdicha ajena, encontrará un cauce adecuado para dar salida a su sensibilidad
exquisita en las obras de caridad que los varones cualificados para el caso
pongan a su disposición, porque también las obras de misericordia y la práctica
de la limosna han de estar controladas, ya que el exceso o la extravagancia en
el ejercicio de las mismas podrían causar escándalo 100.
Si el mundo constituye el primer enemigo para la virtud de la doncella, tampoco
el ocio se queda a la zaga. El tiempo libre, que ya se vió que en nada
beneficiaba a la infancia, tampoco favorecía a la doncella, que, inactiva,
podía invertirlo en ensoñaciones y fantasías perniciosas alimentadas, si era
letrada, por lecturas viles, como las novelas de caballerías, auténtica «salsa
para pecar» 101. Para evitar la inercia y el peligro que en ella se esconde
nada mejor que el trabajo apropiado: hilar, coser, tejer, bordar... tareas
lícitas que, mejor realizadas en solitario, mantienen ocupadas las manos y el
pensamiento 102. Desde la infancia la niña había de ser iniciada en la labor de
hilado que le acompañaría durante toda su vida, pues como dice Eiximenis, la
mujer que no hila sabe bien el hombre por lo que es tenida, y más, las hembras
públicas aparecen definidas en su obra como las que no hilan, que están en el
burdel 103. Centenares de imágenes medievales dejan constancia de mujeres de
todas las edades dedicadas a hacer labores y no es casual que en la cuentística
tradicional el hilado y sus instrumentos cobren protagonismo, como tampoco lo
es que Aurora, la Bella Durmiente, una doncella noble y virtuosa, cayera en su
profundo sueño tras pincharse con el huso.
En el tránsito a la Modernidad, la doncella aparece erguida dignamente sobre el
mundo al que desprecia, en una de sus manos sostiene la Biblia abierta por el
Magnificat, imitadora de María, mientras que en la otra mano, laboriosa, porta
el huso; sus pies están encadenados y su boca sellada mediante candado. La
candela de su pecho proclama su fidelidad y el yugo sobre su cabeza, la
sujeción y docilidad; una cofia blanca habla de su pudor y mientras su corazón
se abre por la caridad, su talle permanece cerrado por el casto ceñidor y
acorazado por su honestidad. Para rematar la imagen, junto a ella, el símbolo
parlante de la escoba recuerda a quienes la contemplan su humildad 104.
Fernando de Rojas se burla cruelmente de Pleberio y Alisa, desatentos en su
tarea de custodia paterna y profundamente egoistas, que viven convencidos de
que tienen en casa un tesoro semejante a éste en Melibea, su «guardada hija».
El modelo quedó establecido, cada vez más depurado, fijo y permanente, como si
los avatares de la Historia poco o nada tuvieran que ver con la inalterable
doncella. Una y mil veces, las muchachas de toda condición podían escuchar por
boca de los predicadores las excelencias a las que estaban llamadas y a las
que debían aspirar. Pues aunque las sirvientas, las artesanas y campesinas no
partieran de la mejor situación para acceder a tanta gloria, los varones se
autoimponían el costoso deber de procurar mantener a las frágiles mujeres en
los senderos del pudor y de la castidad, tan queridos por Dios 105.
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NOTAS.-
82. The Bestiary: A Book of Beasts, edición a cargo de T. H. White, Nueva York,
1965, p. 9.
83.
Bestiario Medieval. edición a cargo de I. Malaxecheverría, Madrid, Siruela,
1986, p. 146.
84. Ibid., p. 147.
85. Ibid., Deja allí una doncella con el seno descubierto; el monosceros
percibe su olor, se acerca a la virgen, le besa el pecho y se duerme ante ella,
buscándose así la muerte.
86. Ibid., p. 149-151.
87. Ibid., p. 152.
88. POWER, E., «La moglie del Ménagier: Una donna di casa parigina del XIV
secolo», Donna nel Medioevo, aspetti culturali e di vita quotidiana, Bolonia,
Pàtron Editore, 1986, p. 233: A los hombres de la Edad Media, como de las
restantes épocas, incluida la nuestra, les encantaba escribir libros de buenas
maneras que enseñaran a las mujeres cómo debían comportarse en todas las
situaciones de su vida.
89. Esta edad la fija EIXIMENIS, F., Lo libre de les dones, Barcelona, Curial
Edicions, 1981, 2 vols., vol. I, p. 37. Según este autor se llama doncella a la
joven que cuenta más de doce años hasta que toma marido. En las fuentes
jurídicas y de aplicación de derecho italianas, la palabra puella sólo se
aplicaba, al menos hasta 1360, hasta los doce años, CROUZET-PAVAN, E., «Una
flor del mal...», p. 220.
90. Pese a que algunas casadas encontraron medios heroicos para perfeccionarse
como Santa Francesca Romana, casada con Lorenzo de Ponziani, que se derramaba
grasa de cerdo y cera hirviendo sobre sus genitales para no sentir placer
durante el cumplimiento del débito conyugal, PAPA, C., «Tra il dire e il fare»:
Búsqueda de identidad y vida cotidiana», Religiosidad femenina: Expectativas y
realidades (ss. VIII-XVIII), A. Muñoz y M. M. Graña, eds., Madrid, Laya, 1991,
pp. 73-91, p. 85.
91. CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada» en Historia de las mujeres, p. 104.
92. El ideal de la doncella virtuosa, rematado en la Baja Edad Media, puede
contemplarse ya en los autores anteriores, vid. por ejemplo, Prediche alle
donne del secolo XIII. Testi di Umberto da Romans, Gilberto da Tourna, Stefano
di Borbone, a cura di C. Casagrande, Milano, Bompiani, 1978.
93. En la clasificación de mujeres que realiza Francisco de Barberino (m.
1348), pese a ser más articulada y realista que la de autores anteriores, se
excluyen intencionadamente las prostitutas y se espera poco de las de condición
humilde que ejercen un trabajo remunerado como barberas, horneras, fruteras,
tejedoras, molineras, posaderas, etc., CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada»,
p. 97.
94. RIVERA GARRETAS, M. M., Textos y espacios de mujeres. Europa, siglo IV-XV,
Barcelona, Icaria, 1990, cap. III «Egeria: el viaje».
95. Cada vez está mereciendo una atención mayor la cosmética como elemento de
la cultura femenina, no en vano Eximenis, entre otros, culpa a las madres en
gran medida del pecado de vanidad de sus hijas, pues prestan su consejo y su
experiencia propia para que las jóvenes aprendan a maquillarse y cambiar su
aspecto, Lo libre de les dones, pp. 39-50. En la medida en la que crece el
interés por este aspecto cultural, van publicándose fuentes, vid. Flor del
tesoro de la belleza. Tratado de muchas medicinas o curiosidades de las
mujeres. Barcelona, J. J. de Olañeta Editor, 1981; Manual de mugeres en el qual
se contienen muchas y diversas reçeutas muy buenas; ed. a cargo de A. Martínez
Crespo, Salamanca, Ediciones Universidad, 1995.
96. Sobre las mujeres y el uso de la palabra se han escrito páginas
extraordinarias, vid. el capítulo de REGNIER-BOHLER, D., «Voces literarias,
voces místicas», en la citada Historia de las mujeres, pp.473-543 y los
trabajos de RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de mujeres y Nombrar el
mundo en femenino, Barcelona, Icaria, 1994, que, además ofrecen una amplia
bibliografía.
97. Sobre la risa femenina, RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de
mujeres, cap. VI «Hrotsvitha de Gandersheim: La sonrisa, la risa y la
carcajada». Vid. el factor de incoherencia que introduce una broma transgresora
en el modelo femenino en GARCIA HERRERO, M. C., «Una burla y un prodigio. El
proceso contra la Morellana (Zaragoza, 1462)», Aragón en la Edad Media, XIII
(1997) -en prensa-. La sonrisa en la mujer es un tema recurrente y de larga
duración que se rastrea bien desde autores del siglo VI como Leandro de Sevilla
o Procopio hasta los consultorios femeninos de los años cincuenta, MARTIN
GAITE, C., Usos amorosos de la postguerra española, Barcelona, Anagrama, 1987.
98. Iconográficamente tanto las doncellas como las prostitutas fueron
representadas con largas melenas, pero, de todos modos, la cabellera de la
jovencita no era lo mismo que la de la prostituta. La primera la llevaba
cuidadosamente dispuesta, anudada, trenzada o ceñida por una diadema; en
cambio, la segunda, que al igual que hacía «locuras con su cuerpo», las hacía
con su pelo, lo llevaba flotando, desordenado, desmelenado. En las imágenes, no
cabe la menor confusión, PASTOUREAU, M., «Los emblemas de la juventud.
Atributos y formas de representación de los jóvenes en la imagen medieval»,
Historia de los jóvenes. I. De la Antigüedad a la Edad Moderna, bajo dir. de G.
Levi y J. C. Schmitt, Madrid, Taurus, 1996, pp. 279- 301, p. 294. No aborda
estos aspectos BORNAY, E., La cabellera femenina, Madrid, Cátedra, 1994.
99. Procopio de Cesarea subraya el modo impúdico y procaz en el que se reía
Teodora, PROCOPIUS, The Secret History, trad. de G. A. Williamson, London,
Penguin Books, 1966, cap. IX y X.
100. Sin embargo muchas de las santas y beatas, como la citada Francesca
Romana, se caracterizaron por lo excesivo de su caridad. En este sentido
resulta impresionante el modelo caritativo, libre y sometido sólo a Cristo, sin
mediación masculina, que presenta Mari García de Toledo, una joven aristócrata
toledana del siglo XIV , RIVERA GARRETAS, M. M., Nombrar el mundo en femenino,
pp. 23-24. Para conocer mejor a esta mujer, MUÑOZ FERNANDEZ, A., Beatas y
santas neocastellanas: ambivalencias de la religión y políticas correctoras del
poder ( ss. XIV-XVI), Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, 1994,
pp. 108-117
101. MARÍN, M. C., «La mujer y los libros de caballerías. Notas para el estudio
de la recepción del género caballeresco entre el público femenino», Revista de
Literatura Medieval, III (1991), pp. 129-148.
102. CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada», pp. 121-123. Los varones
desconfiaban de los corros de hilanderas y costureras, SCHINDLER, N., «Los
guardianes del desorden. Rituales de la cultura juvenil en los albores de la
era moderna», Historia de los jóvenes, pp. 303-363, p. 324.
103. EIXIMENIS, op. cit., pp. 33-34.
104. El cuadro cuya descripción seguimos se encuentra en el Museo del Pueblo
Español de Barcelona y fue objeto de un estudio de LLOMPART, G., «La Donzella
Virtuosa», Actas del IIl Congreso de Artes y Tradiciones Populares, Palma de
Mallorca, 1975.
105.Así, por ejemplo, los oficiales y prohombres del concejo de Daroca asumen
entre sus tareas el que incitemos e indugamos las fembras a pudicia e castidat,
la qual es plazible a Nuestro Sennor Dios. Archivo Municipal de Darocas, Libro
de las Ordinaciones, fols. 21 v-22.
[...]
ELEMENTOS
PARA UNA HISTORIA DE LA INFANCIA Y DE LA JUVENTUD A FINALES DE LA EDAD MEDIA
María del
Carmen García Herrero
(Universidad de Zaragoza)
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