Hoy, en Prisma Gótico, nuestro autor, tras leer su carta, se delata como un
idealista predilecto. Como muchos autores de la época sienten
una gran predilección por lo absoluto, lo ideal, en conexión con la filosofía
idealista. Por este motivo buscan desesperadamente la perfección, lo
absoluto, lo cual explica, por una parte su necesidad de acción, su vitalismo,
pero por otra, los anhelos insatisfechos que derivan en su frustración e
infelicidad. Ese vago aspirar hacia un mundo superior al de las realidades
sensibles y que la razón no acierta a definir, cristaliza a menudo en unos
ideales concretos, que el romántico se impone como norte de su vida: la
Humanidad, la Patria, la Mujer. Hacia estos objetivos concretos el hombre
romántico dirige sus ardorosos afanes: el sentimiento filantrópico, el ideal
patriótico y el amor, al que a menudo se le une un vago misticismo. Veamos si
se aprecia.
Carta de amor
Madrid, a 12 de abril de 1844
Estimada Señorita: La verdad es que me siento francamente asustado por el atrevimiento de dirigirme a usted sin conocerla lo suficiente ni contar con su permiso. La he visto pasar sus tiernas manos sobre las cabezas de los niños más pequeños de la clase, y he dicho para mí: He aquí una magnífica maestra enamorada de su profesión, perfecto dechado de lo que más hoy necesita nuestra patria: una escuela primaria pública que acoja a todos los niños de la nación, y maestros que sientan en sus venas, como un sacerdocio, el sentido de la enseñanza, libre de cualquier prejuicio religioso y de una escolástica abstrusa. Esto, añadido a la expresión de vida que usted ofrece, tan grata a la vista, tan plena de gracia y gentileza, que la hace merecedora del título de hermosa, ha sido bastante para desear contactar con usted, primorosa ninfa de las aulas de España, mediante las presentes líneas, que le ruego las acepte con la benevolencia y las disculpe misericordiosamente junto a su autor.
Estimada Señorita: La verdad es que me siento francamente asustado por el atrevimiento de dirigirme a usted sin conocerla lo suficiente ni contar con su permiso. La he visto pasar sus tiernas manos sobre las cabezas de los niños más pequeños de la clase, y he dicho para mí: He aquí una magnífica maestra enamorada de su profesión, perfecto dechado de lo que más hoy necesita nuestra patria: una escuela primaria pública que acoja a todos los niños de la nación, y maestros que sientan en sus venas, como un sacerdocio, el sentido de la enseñanza, libre de cualquier prejuicio religioso y de una escolástica abstrusa. Esto, añadido a la expresión de vida que usted ofrece, tan grata a la vista, tan plena de gracia y gentileza, que la hace merecedora del título de hermosa, ha sido bastante para desear contactar con usted, primorosa ninfa de las aulas de España, mediante las presentes líneas, que le ruego las acepte con la benevolencia y las disculpe misericordiosamente junto a su autor.