miércoles, 21 de septiembre de 2016

Sabes que no soy buena .Amy Winehouse


Amy Winehouse para Prisma Gótico, espero que os guste.


Letra en español


You know I'm no good.



Me encontré contigo abajo en el bar, y herido
te subiste las mangas de tu camiseta con la calavera.
Dijiste: ¿qué hiciste con él hoy?
y me olfateaste como si fuera Tanqueray.
Porque tú eres mi compañero, mi chico,
acércame tu Stella (marca de cerveza) y volemos.
 
Para cuando estoy fuera,
tumbas hombres (a puñetazos) como Roger Moore.
Yo misma fui la que engañó,
como sabía que haría.
 
Te dije que yo era un problema (que daba problemas),
sabes que no soy buena.

En la parte de arriba, en la cama con mi ex novio,
hace lo que debe, pero no puedo disfrutar,
pensando en ti en la última agonía,
es entonces cuando suena el timbre.
Corriendo para encontrarme contigo, patatas y pan,
dijiste cuándo nos casamos,
porque no eres un amargado.
No habrá nunca más otro,
y lloro por tí en el suelo de la cocina.
Yo misma fui la que engañó,
como sabía que haría.
 
Te dije que yo era un problema,
sabes que no soy buena.

Dulce reencuentro, Jamaica y España,
estábamos otra vez como estábamos antes,
estoy en la bañera y tú en la butaca,
lamo tus labios mientras jabono mis pies.
Entonces me notas un pequeño chupeton 
 mi estómago se cae y mis tripas se revuelven,
tú te encoges de hombros, y eso es lo peor
¿quién fue realmente el primero en dar la puñalada?
Yo misma fui la que engañó,
como sabía que haría.
 
Te dije que yo era un problema,
sabes que no soy buena.
(bis)


Sabes que no soy buena -Amy Winehouse.



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sábado, 17 de septiembre de 2016

Cajal y el eclipse revelador de 1860.


Santiago Ramón y Cajal nació en Petilla de Aragón, el 1 de mayo de 1852 y contaba, por tanto, con apenas ocho años de edad cuando pudo contemplar un fenómeno que le marcó para siempre y, quién sabe, muy posiblemente despertara en él el ímpetu por el descubrimiento que le acompañó el resto de su vida. 

Se trataba de un eclipse total de Sol. Como nos recuerda Alejandro Polanco Masa en el número 135 de Historia de Iberia Vieja, el  18 de julio de 1860 estaba previsto que el norte de España fuera el área de totalidad del eclipse, esto es, la franja de sombra óptima para observar el fenómeno astronómico.

La fotografía, o más correctamente el daguerrotipo, era un invento relativamente reciente y la posibilidad de obtener imágenes del eclipse animó a muchos científicos a viajar a España. Uno de aquellos astrónomos fue Warren de la Rue, que eligió cierto paraje de Álava para realizar su observación.  

El padre del futuro premio Nobel era un apasionado de la astronomía y, acercándose la fecha del gran evento, dado que por entonces la familia de Cajal vivía en Huesca, relativamente cerca de donde de la Rue había instalado su campamento, decidió acudir a contemplar el eclipse.

Junto al asombro general del gentío, asistió Ramón y Cajal con su padre al espectáculo natural: “El eclipse de Sol del año sesenta había sido anunciado por los diarios y fue esperado por la gente con gran impaciencia. Muchas personas, protegiendo los ojos con cristales ahumados, se precipitaron hacia colinas donde podían observar el espectáculo con comodidad. Mi padre me había explicado la teoría de los eclipses y yo lo había entendido bastante bien”. Y el hombre que cambió la historia de la medicina confiesa: 

“Llegó la hora anunciada y los cálculos se cumplieron con exactitud. Para mí, el eclipse del sesenta fue toda una revelación. Comprendí que el hombre tiene en la ciencia un instrumento poderoso de previsión y dominio.”



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viernes, 9 de septiembre de 2016

Carta de amor. Antonio Gil de Zárate (1793-1861).








Hoy, en Prisma Gótico, nuestro autor, tras leer su carta, se delata como un idealista predilecto. Como muchos autores de la época sienten una gran predilección por lo absoluto, lo ideal, en conexión con la filosofía idealista. Por este motivo buscan desesperadamente la perfección, lo absoluto, lo cual explica, por una parte su necesidad de acción, su vitalismo, pero por otra, los anhelos insatisfechos que derivan en su frustración e infelicidad. Ese vago aspirar hacia un mundo superior al de las realidades sensibles y que la razón no acierta a definir, cristaliza a menudo en unos ideales concretos, que el romántico se impone como norte de su vida: la Humanidad, la Patria, la Mujer. Hacia estos objetivos concretos el hombre romántico dirige sus ardorosos afanes: el sentimiento filantrópico, el ideal patriótico y el amor, al que a menudo se le une un vago misticismo. Veamos si se aprecia.




Carta de amor
                              Madrid, a 12 de abril de 1844

      Estimada Señorita: La verdad es que me siento francamente asustado por el atrevimiento de dirigirme a usted sin conocerla lo suficiente ni contar con su permiso. La he visto pasar sus tiernas manos sobre las cabezas de los niños más pequeños de la clase, y he dicho para mí: He aquí una magnífica maestra enamorada de su profesión, perfecto dechado de lo que más hoy necesita nuestra patria: una escuela primaria pública que acoja a todos los niños de la nación, y maestros que sientan en sus venas, como un sacerdocio, el sentido de la enseñanza, libre de cualquier prejuicio religioso y de una escolástica abstrusa. Esto, añadido a la expresión de vida que usted ofrece, tan grata a la vista, tan plena de gracia y gentileza, que la hace merecedora del título de hermosa, ha sido bastante para desear contactar con usted, primorosa ninfa de las aulas de España, mediante las presentes líneas, que le ruego las acepte con la benevolencia y las disculpe misericordiosamente junto a su autor.

martes, 6 de septiembre de 2016

Palabras.




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Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos,
duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el
arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del
mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres
que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare
en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número,
a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían
suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en
indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura
y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se
estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin
encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del
sol en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro
rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede
recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos
el instinto de la vida, y agitándose en formidable, aunque silencioso tumulto,
buscan en tropel por donde salir a la luz de entre las tinieblas en que viven.
Pero ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que
sólo puede salvar la palabra; y la palabra, tímida y perezosa, se niega a
secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil
lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los surcos
de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino!
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de
mis fiebres: ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis
exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí,
paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi
cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término, y a éstas
hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso
maridaje. Sus creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un
vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de
la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a
las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente
aumentadas por un manantial vivo.
¡Andad, pues! Andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi
inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque
sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo
quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estofa tejida de
frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo, como en un
manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros,
como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. Mas es
imposible.
No obstante, necesito descansar: necesito, del mismo modo que se
sangra el cuerpo por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con
pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos
absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el
paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en
embrión que aventa por el aire la muerte, antes que su creador haya podido
pronunciar el flat lux que separa la claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de
mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que
os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a
fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y
cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas notas que
contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una
vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El
sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las
gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber
qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre
fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica,
revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado,
con los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar
arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin
que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la
nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis
engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron, en un alma que
pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora
a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones
más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado
equipaje de un saltimbanco, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido
acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.
Junio de 1868.

Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)