sábado, 17 de septiembre de 2016

Cajal y el eclipse revelador de 1860.


Santiago Ramón y Cajal nació en Petilla de Aragón, el 1 de mayo de 1852 y contaba, por tanto, con apenas ocho años de edad cuando pudo contemplar un fenómeno que le marcó para siempre y, quién sabe, muy posiblemente despertara en él el ímpetu por el descubrimiento que le acompañó el resto de su vida. 

Se trataba de un eclipse total de Sol. Como nos recuerda Alejandro Polanco Masa en el número 135 de Historia de Iberia Vieja, el  18 de julio de 1860 estaba previsto que el norte de España fuera el área de totalidad del eclipse, esto es, la franja de sombra óptima para observar el fenómeno astronómico.

La fotografía, o más correctamente el daguerrotipo, era un invento relativamente reciente y la posibilidad de obtener imágenes del eclipse animó a muchos científicos a viajar a España. Uno de aquellos astrónomos fue Warren de la Rue, que eligió cierto paraje de Álava para realizar su observación.  

El padre del futuro premio Nobel era un apasionado de la astronomía y, acercándose la fecha del gran evento, dado que por entonces la familia de Cajal vivía en Huesca, relativamente cerca de donde de la Rue había instalado su campamento, decidió acudir a contemplar el eclipse.

Junto al asombro general del gentío, asistió Ramón y Cajal con su padre al espectáculo natural: “El eclipse de Sol del año sesenta había sido anunciado por los diarios y fue esperado por la gente con gran impaciencia. Muchas personas, protegiendo los ojos con cristales ahumados, se precipitaron hacia colinas donde podían observar el espectáculo con comodidad. Mi padre me había explicado la teoría de los eclipses y yo lo había entendido bastante bien”. Y el hombre que cambió la historia de la medicina confiesa: 

“Llegó la hora anunciada y los cálculos se cumplieron con exactitud. Para mí, el eclipse del sesenta fue toda una revelación. Comprendí que el hombre tiene en la ciencia un instrumento poderoso de previsión y dominio.”



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