La muerte de la
poesía. Mensaje hallado dentro de una botella.
Los pueblos eran
viejos: ningún sentimiento noble agitaba sus corazones; ninguna idea bella despertaba
sus almas; ninguna palabra generosa resonaba en sus tribunales ni en sus plazas
públicas: en vez de oradores había abogados; las costumbres se corrompían; el
mundo perecía en la disolución. Se buscaba, se esperaba por todas partes no sé
qué santa y celeste aparición que viniese a regenerar la tierra: en este tiempo
murió la poesía, de qué enfermedad, se ignora; probablemente de miseria y de
frío, de la misma enfermedad que la mayor parte de sus cortesanos y sacerdotes.
Cuando hubo
muerto, todos se acordaron de repente de que era hermosa y había nacido reina.
Se citaron sus virtudes que antes no se habían notado; se recordaron sus beneficios,
en los cuales antes nadie había parado la atención; y como ya no había remedio
para reanimarla, se determinó hacerla magníficos funerales, embalsamarla para
conservar muerta a la que no se había querido viva, y encerrarla como una
reliquia en una caja de cristal, oro y pedrerías. Y he aquí lo que sucedió. No
se pudieron hallar perfumes en ninguna parte: el cristal estaba opaco; los
diamantes no tenían brillo; las perlas carecían de esmalte, y los más ricos metales se hacían en plomo. No pudiendo
pues concederla oír los honores, se
quiso al menos coronarla de rosas; pero no las había; el invierno con su cielo
opaco y lluvioso no dejaba brotar ninguna flor. Se la expuso en un templo, en un
ataúd; pero las lámparas ardían sin alumbrar el santuario, y los que se
aproximaban para ver a la muerta, hasta sus mismos amantes se sentían envejecer
al mirarla, y el frio de sus corazones encanecía sus cabellos.
Desde que la poesía había muerto, la tierra
parecía un inmenso desierto, en el cual se arrastraban los moribundos. Pero a
pesar de estar moribundos, los hombres no eran menos crueles; y el día en que
se iba a enterrar a aquella que dejaba tan vacio el mundo donde había tenido
tan poco lugar, el corazón encontró una multitud asquerosa que perseguía con
sus insultos a un hombre que llevaban al suplicio.
Todo el mundo
olvidó a la muerta para ver a este hombre, y su cuerpo fue abandonado en medio
del camino. Cuando la multitud volvió, el ataúd estaba vacío, y se creyó que la
reina había resucitado, porque a la poesía corresponde completar la redención,
y el hombre que marchaba al suplicio era Cristo que subía á su Calvario.
14 enero de 1855.
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